dissabte, 31 de desembre del 2011

Elvira


Abrí los ojos. Debía de ser muy tarde y yo no quería salir de la cama. No tenía sueño, ni mucho menos, pero aquel día no me apetecía enfrentarme al mundo. Buenos días. Me quedé tumbada en la cama, de lado, mirando hacia la pared mal pintada y desconchada que me recordaba en cada noche que el tiempo, como todo, también pasa, y se agrieta, y se despedaza. Mi cuerpo permanecía casi inmóvil, relajado, mi respiración era lenta y mis labios conscientes de cada bocanada de aire -recalentado por lo cerrado de la habitación-. Mis ojos estaban abiertos, aunque a ratos los cerraba sumiéndolos en una total oscuridad como para mirarme hacia dentro, y luego los abría de nuevo y volvía a la misma pared de siempre. Sentía que el tiempo pasaba por detrás de mí, que me rozaba la espalda suavemente y que hoy, por primera vez, permitía que yo permaneciera ajena a él. Pero el tiempo nunca para y yo lo sabía. Aunque había quitado todos los relojes de la habitación para no oír aquel frenético y estremecedor tic-tac, notaba los segundos clavándose en mi nuca. Pero hoy no quería existir. Me pregunté si estaba triste y dejé pasar unos segundos –unos minutos, tal vez. No hay prisa- antes de ponerme a pensar cómo me sentía. Me daba pereza analizarme, me daba miedo preguntarme el por qué de esa desidia que hoy se había pegado a mis pies. No. No estaba triste. O sí. Quién sabe, qué importa. Quizás no era que yo no quisiera ver al mundo, quizás era el mundo el que no me quería ver a mí. Intenté mantener mi cabeza relajada, la película de mi vida en pausa y mi cerebro atado para no recordar, preguntar ni prever nada. Pero eso no era posible cuando alcanzaba tal grado de conciencia, y mi mente empezó a maquinar. Me dibujó todo aquello que pudo haber sido y nunca fue porque al mundo entero le faltaba la ilusión por vivir. Y porque, después de tanto tiempo, ese gran mecanismo de ruido y velocidad me había quitado a mí también esas ganas que todo niño tiene al nacer. Tal vez hoy me sentía más sola que nunca, quizás hoy no habría abrazo capaz de despojarme de ese dolor tan profundo e irremediable. Y ni siquiera podía llorar. Odiaba la sensación de vacío que se creaba dentro de mí cuando la tristeza era tan y tan grande que no alcanzaba a derramar ni una sola lágrima, porque incluso mi subconsciente sabía que el llorar me aliviaría y hoy el tiempo no lo quería permitir. 

Cerré los ojos para volverme a dormir porque, aunque seguía sin tener sueño y el sol hacía horas que había empezado a latir, necesitaba relajar de nuevo cada músculo de mi cuerpo y desconectar mis pensamientos para poder enfrentarme a aquel día que, inexplicablemente, se había vuelto tan difícil. Aunque sabía, en mi fuero más interno, que no tenía más rival que yo misma, que aquel día no era distinto al resto, que aquel reloj no gritaba más que ayer y que esa pared no era más fría de lo que había sido hasta ahora. En realidad ese día sólo era distinto porque yo lo había decidido así, porque había dejado de ignorar a mis pensamientos, porque hoy, irremediablemente, me había dado cuenta de lo frágil que era todo. Y la recordé a ella y me encogí y cubrí mi cuerpo entero y me sentí como aquella niña indefensa que una vez se sintió tan sola que quiso morir. Y, por fin, sin sospecharlo, rompí a llorar. Mordí la almohada como cuando tenía dieciséis años y quería gritar hasta romper mis cuerdas vocales y al fin, después de unos largos minutos, caí agotada. Cerré los ojos empapados de dolor y me supliqué a mi misma dormir unas horas más. 

Poco a poco los sollozos se hicieron cada vez más pequeños, la respiración recuperó su ritmo natural y noté como mi garganta se iba abriendo para dejar paso, otra vez, a ese aire caliente y pesado. Buenos días.

dissabte, 29 d’octubre del 2011

Diu que és viu i riu

És viu aquell que riu,
aquell que crida i diu:
sóc viu, ho sóc, sóc viu!

És viu qui no és mort,
el que per dins és fort,
i així li riu el cor.

És viu qui sap somniar,
i més tard despertar:
que no sóc mort, sóc viu!

És viu qui encara riu,
i és fort i no és mort,
i riu perquè encara és viu.


(Mercè Cama Vilà, 9 de març de 2008.)

Mercè.

dilluns, 24 d’octubre del 2011

L'orgasme


Feia temps que les paraules se m’havien encallat, encomanades i entrelligades, com una cabeça d’alls que reté els grans endins per convertir-se, tota ella, en una sola peça gran, deformada, grollera. 

No era el primer cop que la pluja m’havia fet despertar. Ja m’havia passat que aquelles gotes, com agulles que intenten foradar el terra, m’havien abocat a deixar anar un reguitzell de paraules que només volien eixir en aquell precís instant i no pas en un altre. 

És cert, però, que aquelles espurnes de núvol només em deixaven ballar entorn la seva forma, caiguda i allargada. Com qui parla de la seda explicant-ne el vestit, la pluja només em deixava dibuixar aquelles gotes que tomben les fulles amb la ràbia de qui ha estat amagant un secret injust, pervers, però tot i així encara prou esmorteïdor de danys sincers. 

Tot començava en el moment precís de la desesperació conjunta, quan els escassos paraigües corrien d’una vorera a l’altra esquivant la indefensa dansa d’aigua que avui encara tenia coses a dir; quan la passió retinguda del cel queia en un salt irreversible, com aquell orgasme que esdevé brutal per no poder-se retenir més. La histèria es mantenia en suspensió amb un equilibri majestuós que, amb un posat irreverent, anava i venia tot seguint el testimoni d’un insaciable cucut.  I de cop, sense previ avís, sense ni tan sols una breu senyal, la última gota cau vés a saber on. A la copa d’un arbre? Sobre una teulada, potser? Al vell mig d’una bassa? O potser al cim d’una gota que ja relliscava amb pressa? Qui sap on cau la darrera gota que deixa pas al sol, qui sap en quin instant els vianants esverats s’aturen i despullen -amb certa prudència- els caps  secs de pluja però xops de recança per haver rebutjat l’espectacle diví. 

Somriure del cel (Bournemouth, 2009)
 
Qui sap en quin moment la ràbia permanent s’asseu, esgotada, alienada i gairebé penedida per la tabola provocada. Qui sap fins quan els remordiments no la deixaran tornar a dansar sobre qualsevol ciutat visitada. 


Mercè Cama. 

dissabte, 4 de juny del 2011

Lluvia


Me encanta que llueva. Me gusta el agua cuando cae suavemente sobre los cuerpos nerviosos en las calles, y me gusta también cuando cae violentamente sobre ellos, casi pisándolos.
Adoro mirar por la ventana y ver como las gotas caen, se enamoran, se unen, como algunas rehúyen de las demás y como otras, indecisas y miedosas, tardan en resbalar por el cristal.
Me gusta su música tierna, las notas dulces y no tan dulces, a veces, sobre el asfalto y los coches, sobre los árboles y sus hojas.
Siento que con la lluvia muere la calle para todos y se acerca más a mí, y lo siento como el inicio de un espectáculo privado, dedicado sólo a aquellos que están dispuestos a disfrutar de sus formas.
Sí, me encanta que llueva.

Campdevànol, maig 2011.
















(Escrito el 12 de noviembre de 2008)

diumenge, 24 d’abril del 2011

Un ratito nomás


A Tomás:

Hoy mis palabras son para ti. Por todos esos momentos que pudieron ser y no quisiste que fueran; por las largas esperas que he pasado acurrucada junto al tiempo, abrazada al reloj. Hoy te escribo desde dentro, desde lo más hondo de mi ser, para decirte lo que callo cuando estoy junto a ti:

Debo confesarte que estas frías noches no me dejan dormir, que no puedo acostarme porque la añoranza empapa mis sábanas, que una vez olieron a ti. Debo reconocer que me siento pequeña, perdida y cansada; desvalijada, vacía y hambrienta de abrazos sinceros. 

Pero no quiero ser injusta, no fuiste un donjuán con falsas promesas. Fui yo quien te arrancó el primer beso, el primer te quiero y el primer deseo de dormir a tu lado. Y yo, niña boba, fingí que me amabas, que fuimos los dos, que éramos más que lo que llaman amor. 

Me confundí, lo siento. Te puse una correa y te arrastré junto a mí y tú, como perro tonto, arrimado a mis piernas y siempre detrás de mí, me has seguido hasta las puertas de lo que somos hoy. 

Y por eso hoy debo explicarte, desde mi más sincera piedad, que tú nunca me has amado porque no sabes amar. Que tú, mi amor, me has querido un ratito nomás.

Teresa,
24 de abril de 1911.

dijous, 31 de març del 2011

Rebedor


I ella jeia a la cadira del rebedor,
amb pensaments que li perforaven el cor.
Un cor que just ara començava a bategar.
Un cor tan tendre i tan dolç, tan seu, tan de tots!


 
Foto: Los amantes del círculo polar, de Julio Médem.

dimecres, 23 de març del 2011

El mejor amigo del perro

Capítulo I



Cuando me desperté vi el morro húmedo y sediento de Damm, mi mejor amigo, dicen. Conseguí despegar mi cabeza de la almohada y busqué el mando de la televisión entre las sábanas. Tenía una, bueno, tenía muchas malas costumbres, y una de ellas era dormirme mientras un hombre inglés intentaba venderme –en castellano- un cuchillo que lo corta todo, un aparato que te quita grasa de cualquier parte del cuerpo, o un colchón súper bueno para la espalda con un montón de cosas de regalo.
Al fin pude divisar el mando de la tele, entre la mancha de café y la de mantequilla, apagué la tele y bajé los pies de la cama. Busqué desesperadamente mis dos zapatillas. Encontré una, la del pie derecho. Para encontrar la otra me vi obligado a bucear entre los ácaros de debajo de mi cama. Entretanto, Damm procuraba que no se me congelara el pie izquierdo a base de lametazos.
Ya con mis dos zapatillas, me puse la bata de asilo que tenía colgada detrás de la puerta y, como cada mañana, fui directo al cuarto de baño. Pasé por delante del espejo sin mirar, ¿quién tiene el valor para mirarse la cara cuando acaba de levantarse? desde luego, ése no era yo. Así que fui directamente hacia el váter.
Después de pasarme unos treinta segundos intentando inútilmente sentarme sin que la helada taza del váter entrara en contacto con mi piel, hice un gran acto de valor y me senté.
Adoraba los sábados. Esos días festivos en los que duermes y duermes hasta que ya no puedes más, los días en los que comes en el sofá a las cinco de la tarde mientras ves en la televisión una película de secuestros y asesinatos.
Cuando salí del baño recordé que Tomás me había pedido que lo llevara en coche a hacer la compra. Qué palo. Aún era pronto, el reloj de la cocina marcaba las once y cuarto.
Entrar en la cocina me deprimía. Parecía que, un día u otro, toda esa montaña de platos iba a cobrar vida y vendría a por mí. La nevera estaba totalmente vacía, había un tarro de mantequilla, dos tomates, un yogur caducado y un plato de garbanzos que no me iba a comer nunca, así que decidí bajar al súper a por leche. Me vestí con ropa de sábado por la mañana -pantalón de chándal azul marino con gomas en los tobillos y jersey de lana color beige con estampado navideño y repleto de bolitas-, cogí las llaves y... mierda. No cogí las llaves. 

dissabte, 19 de març del 2011

Bonica meva, li deia


“Bonica meva, li deia, ja ho saps que un dia et deixaré.”
  
Des de feia molt temps tenia aquella frase clavada al cap. L’havia llegit a un llibre tendre i dur alhora, ple de passió, d’amor, d’odi, de desenganys, de dolor. Era com un reflex de la vida mateixa, de la seva i de la dels qui l’envoltaven. Però no tenia por. Gens. Sabia que algú, en algun moment de la seva vida li diria aquelles paraules que tenia tan presents i sabia que, en primer lloc, seria ell. Aquell jove alegre que l’havia encisat amb una estranya mescla de fredor i calidesa. Sabia que algun dia s’acabarien els petons, les abraçades, les passions de mitjanit, les escalfors d’hivern... Estava segura que el trobaria a faltar, que tremolaria de gelosia quan se n’estimés una altra, que potser ella també se n’estimaria a més. Però no li feia gens de por. El que estava naixent dins d’ella era prou important com perquè es mantingués dins d’ella per sempre més. El saber estimar, tot aquell amor i tendresa que ara era per ell restaria per sempre més dins seu. Fos com fos havia perdut la por a que el viatge s’acabés. I somreia, somreia sempre, quan passejava, quan feia cua al supermercat, quan llegia, quan es vestia, fins i tot quan dormia no podia deixar d’encorbar les comissures dels llavis fins que sortia el sol. I ni el dia més trist deixaven de créixer aquelles ganes de viure que l’havien dut, inevitablement, a la felicitat. Una felicitat que només tenia valor quan ella era conscient que no seria per sempre més. Una felicitat que s’engrandia per moments com si, en un instant determinat, hagués d’explotar de la manera més brutal.
 
“Bonica meva, li deia, ja ho saps que un dia et deixaré.” I somrigué per darrer cop abans que el viatge arribés a la seva fi.