A Tomás:
Hoy mis palabras son para ti. Por todos esos momentos que pudieron ser y no quisiste que fueran; por las largas esperas que he pasado acurrucada junto al tiempo, abrazada al reloj. Hoy te escribo desde dentro, desde lo más hondo de mi ser, para decirte lo que callo cuando estoy junto a ti:
Debo confesarte que estas frías noches no me dejan dormir, que no puedo acostarme porque la añoranza empapa mis sábanas, que una vez olieron a ti. Debo reconocer que me siento pequeña, perdida y cansada; desvalijada, vacía y hambrienta de abrazos sinceros.
Pero no quiero ser injusta, no fuiste un donjuán con falsas promesas. Fui yo quien te arrancó el primer beso, el primer te quiero y el primer deseo de dormir a tu lado. Y yo, niña boba, fingí que me amabas, que fuimos los dos, que éramos más que lo que llaman amor.
Me confundí, lo siento. Te puse una correa y te arrastré junto a mí y tú, como perro tonto, arrimado a mis piernas y siempre detrás de mí, me has seguido hasta las puertas de lo que somos hoy.
Y por eso hoy debo explicarte, desde mi más sincera piedad, que tú nunca me has amado porque no sabes amar. Que tú, mi amor, me has querido un ratito nomás.
Teresa,
24 de abril de 1911.