Quedarnos callados, sentados uno al lado del otro, pegaditos, arrimados. Y notar tu piel. Y recorrer cada calle de tu cuerpo. Y arrimarme más y más hasta que no exista espacio entre los dos. Sentir tu respiración en la nuca y aguantarme las cosquillas. Y que me beses donde más me gusta, resiguiendo cada vértebra, provocándome esas terribles convulsiones en los dedos de los pies. Querernos. Querernos hasta al fondo y hasta siempre, hasta ese siempre que insinúa un final de lo más común.