Íbamos cayendo, sin querer, los unos encima de los otros. Sin darnos cuenta, sin tiempo para reflexiones, empezábamos a ser almas muertas en cuerpos que aún guardaban salud para rato. Pero la incertidumbre se acercaba, casi al mismo ritmo que la indiferencia –a la que nadie lograba superar en velocidad y oportunismo-. Ésta última siempre se presentaba justo al tiempo en que las cosas pintaban mal, como si ya lo supiera ella. Y entonces agarraba nuestros corazones y los arrastraba a un abismo de desidia del que pocos lograban salir sin al menos una pequeña cicatriz. Todos volvíamos, o al menos la mayoría, pero ya no lo hacíamos de la misma forma, ni con la misma ilusión. Era como la misma muerte. Tan endurecedora, tan fría, tan injusta a veces, tan natural otras.
Éramos almas muertas, aunque nuestras piernas caminaran y nuestros pulmones se llenaran, hacía mucho tiempo que habíamos decidido que la vida ya no era para nosotros, valientes soñadores, pobres desafortunados, ingenuos artistas sin talento.
Se nos rompían los gestos mientras a otros les brillaban los ojos y temblábamos, ¡cuánto temblábamos aquellas noches de abril!
Pero luego salía el sol y rescataba a aquellos sabios que, al fin y al cabo, eran los poderosos. Y a su alrededor miles de cadáveres, aún con el corazón bombeando, contemplábamos impotentes la escena.
Nunca habría un final para nosotros.
3 comentaris:
las almas muertas me dan tristeza. ni aunque les hagas muecas sonríen.
(caféyunguiño)
m'agrada molt.
Me da para pensar la placida vista desde un café ya cuando gravita el alba y el resto es literatura...
Inu
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