Ayer soñé que apostaba con la muerte, que me libraba de esta suerte pero, aún así, no logré verte. Ayer me rompí seis dedos de tanto escarbar, como Hernández en Orihuela, por encontrarte de nuevo y decirte que estoy aquí, que sigo en pie. Que todos están bien, que ya soy una mujer. Y te recordé en secreto, sin agonía, sin remordimiento. Pronto sumaremos diez -pensé- y al tiempo llevaré media vida sin ti. Pero ya no me duele ser feliz.
Aunque guarde millones de palabras que no vas a oír, aunque tus abrazos no vuelvan jamás, aunque en el viento ya no se oiga ni el eco de tu voz. Porque sigues latiendo en mí. Porque soy tú cuando grito enfurecida y cuando reviento de alegría. Tú lates en mí. En mis días grises, lates en mí. En mis sonrisas inesperadas, lates en mí. En mis bailes nocturnos, lates en mí. En mis luchas internas, lates en mí. En mis victorias, en mis derrotas, tú lates en mí. Cuando vivo y cuando me dejo morir, lates en mí y me llenas de vida. En mi suerte maldita me haces sonreír y apartas la soledad que se enreda entre los pies. En cada una de mis respiraciones te resucito para que sigas aquí. Porque lates y latirás por siempre en mí, y eso me llena de fuerza y me hace feliz.
Porque tú, mamá, ¡Tú lates tanto en mí!
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