divendres, 10 d’abril del 2009

Y me volví tiempo

Todo iba demasiado rápido por dentro. Pero por fuera los cambios parecían no llegar nunca. Los cafés perdieron su sabor, los cigarrillos se consumían en dos caladas en el transcurso de diez interminables minutos. ¿Qué estaba ocurriendo? Mi vida iba más lenta que el mundo exterior. Un reloj distinto para cada realidad distinta. Terminé por desnudar mi muñeca, ¿a quién le importaban ahora los coqueteos entre minutos y las carreras entre horas? Entre segundo y segundo, una eternidad palpable: el grito de un niño en el parque, doscientas cincuenta y cuatro bombillas encendiéndose, el claxon de un camión, sesenta puertas cerrándose, nueve hojas y tres ramas cayendo al mismo tiempo en la misma ciudad, tres mil doce miradas de tres mil doce personas distintas. Pero nada, al fin y al cabo. Su eternidad no era la mía, como su final no era tampoco el mío. Me olvidé ya del día y la noche, pues estaba segura de que se habían compinchado para mentirme y volverme loca. Incluso llegué a olvidarme de los meses y de los años, ya no había unidades pequeñas, el tiempo era sólo mi vida con miles de siestas en medio. Y me quedé colgada de un instante vacío de acción, y yo dejé de ser yo y me volví tiempo, y me uní al baile de siglos al que nadie estaba invitado.