dissabte, 19 de desembre del 2009

Era tan fuerte su deseo de besarlo como su deber de alejarse de él. Estaba confundida y no entendía a qué venía tanta hostilidad desde la noche pasada. Sus palabras le hirieron cuando dudó de su intención de ayudarle y, en cierta forma, lo odiaba por como la estaba tratando. Sentía que no era más que una absurda distracción nocturna, mientras que por el día lo notaba distante y arisco. Ella sabía que, si las circunstancias fueran otras, si a parte de la complejidad de la situación, él no se encontrara en tan deplorable estado de ánimo, las cosas irían mucho mejor. Tan mejor como las primeras veces, cuando no importaba nada ni nadie, ni siquiera importaba dónde. Todo era ternura con una pizca de pasión, pero no había maldad, no había juicios ni prejuicios, no había reproches. Ahora todo era distinto, él lloraba por su amada y ella se lamentaba por no poderlo animar. Le hubiese gustado ponerse a gritar, a llorar... pero no hacía más que quedarse quieta y pensar en el antes. Incluso, cuando él decidió dormir lo más lejos posible de ella, rebuscó en cajones y armarios hasta encontrar esa libreta que la había acompañado, a sus quince años, durante siete kilómetros al sur y dos semanas del calendario. Lo consiguió. Empezó a llorar mientras leía aquellas torpes –pero explícitas- descripciones de ese primer beso y todos los que le siguieron.
Se lamentó por lo que habían cambiado las cosas y lo poco que podía hacer ella al respecto. Se lamentó por no haber aceptado esa invitación de huida hacia ninguna parte hacía ya tres años.
Pero sabía, en su fuero más interno, que quizás aquello serviría para ordenar las cosas, aunque nunca jamás pudiesen apagar –ninguno de los dos- esa pasión que los unía.

1 comentari:

Enric ha dit...

Em perdo agradablement amb aquest text.

Bon Nadal!